martes, 13 de octubre de 2009

Prueba de audio

Una nueva aventura...




martes, 11 de septiembre de 2007

Viejo

Un paso adelante, un paso detrás. Manos adelante, manos detrás. Gritos vayuncos de ¡uh uh! Un casco azul con una D de Detroit es incapaz de cubrir un acebache cabello que se escapa, rebelde. Sonrisas, sonrisas y más. La cámara de video grabando, inmortalizando un momento fugaz.
El vídeo se borra y de repente la imagen se vuelve mortal, ya no hay pasos... ni manos... ni gritos... ni casco y mucho menos sonrisas. Todo se desvanece, sólo queda el vacío, la ausencia, la nada y la consternación... y apenas fueron 23 escalones y un luchador imprescindible, y un viejo y una memoria que sólo una pequeña comunidad recuerda y una promesa y un abrazo que se consumirá porque el olvido no existe.

miércoles, 25 de abril de 2007

Capitanes y marineros II

A los marineros les brillaron los ojos y esperaban con avidez la fórmula para ser los primeros. Y la fórmula llegó: "Con la misma comida les basta para realizar la faena, lo que tienen que hacer es organizar el tiempo", sentenció el almirante. La caza indiscriminada de tortugas ni siquiera formaba parte de su agenda. Pero razón no le faltaba; los marineros casi siempre dejaban los trabajos a última hora. A partir de ahora organizar el tiempo sería el regalo para gastar las calorías adecuadas en cada faena y así evitar el hambre.
Organizaron todos juntos el tiempo y la faena. Al final se dieron cuenta que les sobraba tiempo, por eso el almirante les sugirió que ese tiempo lo ocuparan para avanzar la faena del siguiente día, así no tendrían prisas y mejorarían su calidad de vida, no pasarían stress. Y así el día siguiente y los demás días. Los marineros aceptaron jubilosos la fórmula del éxito y se comprometieron a aprovechar el tiempo porque querían ser los primeros. Y es que ¿quién no quiere ser el primero?
Cuando acabó el día todos estaban convencidos que el problema no era matar tortugas o comer más y mejor. El problema era el tiempo. La sonrisa se dibujaba en el rostro de los marineros, su ilusión y amor a la profesión había ganado enteros. Querían escarbar hasta el último rincón del mar para arrancar esos insignificantes pero preciados carapachos. Porque ellos, como les explicó el almirante, eran los mejores marineros del mundo, sólo había que demostrarlo. Entonces el capitán, amablemente, les invitó a tal empresa.
Unos pocos, los que preferían el cuento de la honradez al de ser siempre el mejor, a los que se les suele llamar ilusos y perdedores, esos pocos, decidieron bajarse en el siguiente puerto porque por allí, creían ellos, no se llega a la tierra prometida y da igual si son marineros o no porque a veces, aunque se pague un preciio, vale la pena girar y cambiar de rumbo para encontrar el camino.

martes, 24 de abril de 2007

Capitanes y marineros I

A los marineros les gustaba el mar, por eso eran marineros. Pero en su afán de navegar y conocer la tierra prometida, llegaron a un sitio hostil donde no era fácil ser un profesional de alta mar, sólo unos privilegiados podían serlo. Esta circunstancia obligó a que cada uno fuera despojado de su rango y se viera forzado a abandonar el oficio. Venían de diversos lugares, hablaban distintas lenguas y después de pasar distintas penurias descubrieron un barco donde podían ser lo que siempre quisieron: marineros. Y así se hicieron a la mar.
Al principio todo iba bien. El capitán era muy amable, era comprensivo y la comida estaba bien. Y pasó el tiempo. Y un día el capitán les explicó, amablemente, cuál sería la faena: cazar una especie de tortuga en extinción para vender los exquisitos carapachos. A muchos no les gustó la idea, ellos eran marineros, no asesinos. Pero no les importó porque querían estar en alta mar. Casi al mismo tiempo, la comida bajó de cantidad y de calidad y el trabajo aumentó y aumentó. Llegó un momento en que los marineros comenzaron a tener hambre y piedad por los pobres animales. Se comentaban unos a otros su precariedad y poco a poco iban sumando y alzando voces.
Al capitán le llegaron los rumores y convocó, amablemente, a una reunión. Pero no la dirigió él sino un almirante que provenía de un barco más grande. Los marineros acudieron a la cita con entusiasmo y expusieron sus demandas mientras el almirante escuchaba y escuchaba. Al finalizar, les felicitó por semejante ejercicio de democracia, luego les condecoró con dulces palabras al revelarles que sus cálculos indicaban que eran los mejores marineros de la zona, que eran muy creativos ante las adversidades y que su producción era de un altísimo nivel. Los marineros se sonrojaron, se vieron unos a otros y se miraron el ombligo. Pero el almirante también les dijo que su excelencia no estaba siendo bien canalizada, se podía potenciar más, podían romper todos los records...